
Sobre la defensa desde medios “feministas” a la figura de Maradona con motivo de su natalicio (o su muerte). Y cuando la coherencia básica es llamada “feministómetro”
En estas últimas semanas, a raíz del cumpleaños de Maradona, aparecieron diversos reclamos por parte de mujeres identificadas como feministas en los que por un lado planteaban la incongruencia del amor/ reivindicación de una figura como Maradona, y por otro expresaban que estos cuestionamientos no eran válidos en este marco político y que hacerlo implicaría una suerte de “vara medidora” que es vivida como imposición y deslegitimación de la “identidad feminista”.
Nosotras entendemos que, cuando de Feminismo se trata, no nos referimos a una identidad individual y pura, sino que hablamos de una teoría política, de una interpretación estructural de la sociedad que implica el reconocimiento de la existencia del sistema patriarcal, su configuración, los sujetos que lo comprenden y quienes somos oprimidas en este sistema fundante de la civilización actual como la conocemos.
Cuando se cuestionan las idolatrías hacia figuras masculinas, es exclusivamente político, entendiendo que uno de los principales pilares del patriarcado es la socialización femenina (de las mujeres) en el amor y la lealtad hacia los hombres y su cultura. Esto no implica decir “si te gusta una de las figuras masculinas sos menos feminista” sino que se señala la opresión, entendiéndola en la totalidad del poder que ejerce este hombre burgués al prostituir adolescentes por su propia satisfacción, que implica someter a estas niñas a explotación sexual, y se concluye que la fidelidad y amor a los hombres, la tolerancia a su violencia física y sexual, abandono paterno, etc., no son feministas. Entonces aquí cabe destacar que cuando se trata de lo político, la opresión sexual que padecemos las mujeres queda anulada, minimizada y hasta ridiculizada cuando se promueve la reivindicación del amor hacia un hombre que ha ejecutado las violencias más características de la política sexual patriarcal como si este fuese un acto feminista.
Debemos preguntarnos qué sentipensarían las niñas traficadas que han sido violadas por hombres como Maradona o las mujeres que han sobrevivido a la violencia física y psicológica cuando escuchan y leen de parte de medios que se nombran feministas -defensores de sus intereses- que es absolutamente coherente amar a sus opresores en nombre de la cuestión de clase social, nombrada como “el amor por lo popular”. ¿Estarían estas mujeres y niñas incluidas en dicha concepción de “lo popular”?, ¿se incluyen sus problemáticas derivadas de la opresión en base al sexo cuando al mismo tiempo se idolatra a los agentes que ejercen terrorismo sexual sobre sus cuerpos?. Podemos darle muchas vueltas al asunto y expresar contradicciones personales, pero hay cosas que simplemente son lo que son: un hombre pedófilo, violador, golpeador y abandónico es eso, sin más. No es más humano por su determinación de clase social ni por la construcción icónica con la que la sociedad revistió su figura. Ejercer violencia sexual es eso, no son equivocaciones. No es perdonable. Que se ridiculice con falacias a quienes lo denunciamos no es feminismo: eso se llama patriarcado. Ver humanidad en la masculinidad es sostener la supremacía masculina en detrimento de la humanidad de las mujeres.
Lo que sí debe quedar claro es que aunque asumamos el amor a los opresores como una realidad vivida tenemos que poder indagar de dónde viene y qué tan acorde es a lo que el patriarcado espera de nosotras y lo que el feminismo como teoría y práctica política plantea, y esto implicaría que necesariamente asumamos la responsabilidad de no seguir reivindicando a nuestros verdugos, por respeto a la genealogía de lucha y resistencia de las mujeres a lo largo de la historia y a las mujeres y niñas que han sufrido en sus propios cuerpos y psiquis las violencias de estos hombres.
El contexto de antagonismo sexual
La legitimación social y política de estos hombres, más aún la reacción desde ese lugar contra el feminismo es parte de la legitimación de todo su orden social. Las corrientes del feminismo hegemónico se enmarcan dentro del neoliberalismo sexual, que es una reacción patriarcal y posmoderna en defensa de las estructuras sociales masculinas en nombre del mito del contrato social libremente acordado. Ligado a esta corriente, desde los 80s se hizo manifiesta la defensa de la pedofilia como orientación sexual innata o como forma de sexualidad socialmente castigada y tabú a ser des-reprimida, fundamentalmente de la mano de la teórica Gayle Rubin; se vislumbró la pornificación de las niñas en nombre de desexualizarlas (sic) y de su libertad de ser cosificadas en nombre de su propio placer (esto en realidad esconde el placer masculino dominante) y, sobre todo, emergió con más fuerza la defensa del sistema prostituyente, que fue y sigue siendo clave para la existencia del patriarcado. ¿Cómo no iba a defenderse a Maradona si bajo esta ideología patriarcal no es ningún criminal sino un individuo ejerciendo su libertad individual, y hasta una forma de liberación sexual “de todxs”?
En ese contexto es que las autoras de esta defensa defienden las acciones del futbolista como una obediencia a la tradición, a la costumbre que existe en una sociedad que “hace a todxs” machistas, machismo que cada hombre reproduce individualmente por ser lo que otro le impuso y por lo que es su cultura socializadora interna (la masculinidad) presentada como inocente. Violar niñas ya no es un acto de poder, sino ante todo un acto de alienación para sí mismo. La víctima -que nosotras afirmamos que como mujer es ante todo sujeta política y que no se reduce a tal condición, sino que debe superarla- pasa a ser vista como una potencial reproductora del concepto que no nos libera a las mujeres, que es el de víctima, “una es víctima no porque la victimicen de hecho, lo es sólo si se considera tal: considerándote víctima no te empoderás”, sostienen. Entonces, su denuncia, que es lo contrario a su silencio, y su exigencia de justicia o venganza contra dicho hombre se dice que es “funcional a la derecha”, ese poder social mayor que domina justificándose en los derechos de las mujeres. Todas estas conjeturas se producen en una sociedad en la que las mujeres no solemos denunciar por no poder reconocer la violencia como tal o porque no nos creen o por la perpetuación de amenazas de violencia.
Muchas mujeres son militantes activas del movimiento feminista pero sin embargo se subordinan a la condena masculina a quedar como un movimiento de segunda: las problemáticas de las mujeres derivadas de su lugar subordinado en la jerarquía sexual se “resuelve” con el ascenso del partido popular al gobierno, o con la liberación económica obrera, o con el fin del colonialismo y de la estructura racial. Los hombres nos condenan a pensar que si somos feministas pero no adherimos a SU socialismo y a SU antirracismo, aún a su reformismo capitalista, basados en su universal masculino y solamente en sus intereses, somos “derechistas”, “desclasadas” o “racistas” por más opresión que vivamos bajo dichas estructuras económico-políticas y oposición que le plantemos a éstas. Así siempre estamos dejando nuestra opresión por sexo como cuestión secundaria (lo que el marxismo llama “la cuestión de la mujer”, como si el problema no fuesen los hombres), con un acercamiento hacia nuestra liberación pero con un límite claro: no te podés meter con el Hombre (lo admiten en su política, lo es como grupo social incuestionable) que sea popular, trabajador y/o oprimido racialmente porque “es divisionismo y falta de consciencia social”. Lo femenino es cultural e ideal, lo masculino es político y material. Como si ellos, hablando de dichos hombres en específico, que de hecho son la mayoría, no estuviesen en realidad hablando de la totalidad de los hombres como clase sexual y de sus intereses, contrarios a la liberación femenina. Nos terminamos metiendo en sus filas por la liberación de varios de ellos respecto de algunos de ellos, pero nunca de nosotras respecto de ellos.
Dada la masculinización de la política, las liberales, autodenominadas feministas, cuestionan el hecho de que el feminismo dicotomice hombres y mujeres, como si fuese un acto normativo y reproductivo social en lugar de descriptivo de las condiciones materiales, y sin embargo ellas son las que caen en dicotomías ilusorias entre “mujeres liberales” y “mujeres punitivistas”: la que cuestiona sólo puede ser “de derecha”, “ilustrada”, “sin conciencia de clase y con odio racial”, y la que defiende hombres prostituidores de menores es el ideal de liberación, el ideal de mujer que está “al servicio del pueblo”-de los hombres del pueblo-. Nuevamente se pierde el eje político contra los que son el verdadero problema, para re-feminizar y crear un estereotipo de mujer feminista radical rechazable. Esto tiene un único objetivo: condicionar la percepción que las mujeres tienen sobre las mujeres –sobre ellas mismas, finalmente-.
La dimensión transformadora de la vida social no se da mediante el diálogo conciliador de las oprimidas con los opresores, en la justificación de los mismos, en que nuestros cuerpos soporten sus procesos en los cuales tenemos esperanza de encontrar la igualdad, sino en la autonomía de las mujeres de esa imposición y amor a los hombres, en nuestra organización política contra las instituciones patriarcales y por cambiar la sociedad de raíz.

Txt. Belén – Radar La Plata y Sofía.