Hoy, en el Dia Internacional de la Visibilidad Lésbica, recordamos quiénes somos y que toda lesbiana es política.
En este mundo, creado por y para los hombres, se nos ha enseñado a competir entre nosotras desde que somos pequeñas basándonos en estereotipos que fueron condicionados por ellos, donde nuestra principal afición debe ser conseguir su validación, y aquellas que se destaquen en ésta tarea serán quienes reciban el aplauso que tanto nos obligaron a desear. Así, las mujeres que no sigan la norma siempre serán castigadas; sea con violaciones correctivas, abusos y el mismo peso de la heterosexualidad obligatoria que cae sobre nosotras por parte de instituciones viriles como la iglesia, la maternidad y la familia. Se nos ha enseñado a amar a nuestros opresores.
Las lesbianas, por otro lado pero en la misma acera, somos mujeres que elegimos sexual y/o afectivamente a otras mujeres mientras rechazamos esos vinculos con varones. Nosotras al no amar ni relacionarnos sexualmente con ellos, prescindimos del punto neurálgico del sistema patriarcal, en consecuencia somos violentadas, humilladas, reprimidas; hostigadas históricamente. Ser lesbiana en definitiva, no es un dato menor debido a que en ese contexto el lesbianismo se vuelve disruptivo y revolucionario, y por ello es que politizamos nuestra sexualidad.
Nos han nombrado como desviadas, resentidas, como aquellas que todavía “no habían conocido al hombre indicado”. Han querido descalificarnos de incontables maneras porque no cabía la posibilidad de pensar que una mujer decidiera rechazar al varón (nuestro opresor, quién estaba destinado a tomar, cual objeto, una esposa) por otra mujer (una igual, una compañera situada en la misma e inferior casta sexual).
Siempre han luchado para eliminar tales conceptos y sabemos que no necesitamos de un varón para ser “corregidas”. Simplemente elegimos otras mujeres y no hay nada erróneo con eso. Como lesbianas decidimos reafirmar nuestro amor en una tierra de varones y hacerlo político, pues revelarnos contra su autoridad siempre será algo revolucionario; decidimos tomar la mano de quién entiende nuestro dolor de ser mujer y quien nos enseñaron a odiar; y decidimos alzar la voz por aquellas que fueron violentadas producto de esto.
“Para mí, ser lesbiana significa tres cosas.(…) Primero, significa que amo, atesoro y respeto a las mujeres en mi mente, corazón y alma. Este amor por las mujeres es la tierra en la que se enraíza mi vida. Es la tierra de la vida que tenemos en común. Mi vida crece desde esa tierra. En cualquiera otra, yo moriría. De cualquier forma en que soy fuerte, soy fuerte gracias al poder y la pasión de este cariñoso amor.(…)” [Entregado en una manifestación por la Semana del Orgullo Lésbico, en Central Park, Nueva York. 28 de Junio, 1975].
Hoy en día, lesbianismo es el punto blanco del posmodernismo y la teoría queer, nueva misoginia: nos etiquetan de transfóbicas y nadie lo refuta porque se argumenta en nombre de la diversidad. ¿Cómo es posible tanta misoginia y lesbofobia? ¿Por qué, constantemente, quieren que nos odiemos a nosotras mismas mientras pensamos que hay algo malo con querer sólo mujeres? Este discurso liberal no se diferencia, para nada, con el prejuicio de que somos desviadas que necesitan de los hombres; porque, de todas formas, la misoginia es tal que siguen sin aceptarnos. Lo único que han conseguido estos discursos donde reina la necesidad de un “varón” o un “pene femenino” son miles de mujeres humilladas y abusada por creer que hay algo defectuoso en ellas.
En nombre de nuestras antecesoras, no podemos permitir que las lesbianas sigan siendo lastimadas. Nos han borrado históricamente y lo están volviendo a hacer porque las lesbianas le damos la espalda a la heterosexualidad obligatoria, decidimos relacionarnos bajo una “hermandad sana y electiva”; no vemos a una compañera como nuestra posible competencia. El lesbianismo en sí, es un arma revolucionaria donde no vamos a satisfacer las demandas y las necesidades del opresor —que nos utiliza como el inferior que debe honrarlos y obedecerlos en el nombre del amor— planteándose en la heterosexualidad obligatoria. Politizar nuestra orientación sexual supera las relaciones jerarquizadas que nos ofrece el patriarcado a través del amor romántico y la heterosexualidad, junto con otras instituciones.
Se establece una relación entre oprimidas donde nace la necesidad de una relación de iguales, la cual no se puede dar de ninguna otra forma en relaciones con hombres, por lo tanto, el lesbianismo político ofrece la posibilidad de relacionarnos de manera sanas, distintas con quiénes son nuestras iguales, sin necesidad de los mandatos masculinos ni heterosexuales que nos han otorgado los varones a lo largo de nuestras relaciones sexuales y afectivas. Tal es así que nosotras no alabamos el cuento de que “la orientación sexual se elige”, sino la idea de habitar de una manera contraria a la que nos enseñaron las relaciones con nuestras pares: las mujeres.
Finalmente, la práctica del separatismo, junto con la de analizar la heterosexualidad obligatoria como régimen político que nos condena hace milenios, también rige en este lesbianismo político donde no solo nos basamos en relaciones sexo-afectivas entre mujeres. Este es un pilar fundamental sobre el cual pararnos para desestabilizar al sistema y sus instituciones. No podríamos comprenderlo sin entender la heterosexualidad como uno de los hilos que maneja el patriarcado, donde se nos ha impuesto amar al opresor y trabajar por y para ellos.
Por eso, las invitamos a todas a que reflexionen sobre la heterosexualidad obligatoria como institución y el lesbianismo político como practica para su desestabilización.
Lucia, Trinidad, Yazmin, Agustina A., Agustina A., Sofía y Nacha Isabel.